martes, 2 de junio de 2015

La Bodega



Mi afición por los vinos, ha dispuesto
que viajando y bebiendo por el mundo
haya saboreado tan dispares,
que quiero, brevemente, definirlos.

Pródiga es Europa y sus estados
en dar a cada mosto un cuerpo propio.

Hago notar que, el tiempo, modifica
sabor, color, aroma y transparencia
mostrándolo armonioso o apagado.

Paso, sin dilación, a comentar,
diferentes cosechas que he catado.

De Francia –cómo no- fue excelente
la del noventa y tres (mil setecientos…)
De color rojo intenso y en garganta
entre dulce y metálico. Austero.
Aroma a Liberté y Fraternité,
trazas de Egalité, en menor medida.

Quizá, por producción, por mala uva,
la del cuarenta y cinco (siglo veinte)
fue la más consumida y generó
intensas borracheras que aún perduran.

Amargo al paladar, deja un regusto
a tierra calcinada, nuclear.
Olor retronasal a agua pesada.

Solo puntualizar, del diecisiete
(también del siglo veinte, ya expirado)
La uva septentrional, la de la estepa,
se malogró, colgada en el sarmiento,
quebrada por el frío siberiano.

Eran racimos densos, apretados.
Habría dado un vino elegante
etéreo, delicado, limpio y lleno.

  
Aguardo, de este otoño, la vendimia.
Apunta que éste sí, será un buen año.
Van a ser caldos rojos y morados,
Es tiempo de afrutados y olorosos.
En Diciembre, espero, brindaré
con los jóvenes tintos cosechados.



Seguidores